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Cultura industrial

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abril 2009


Por Pierre M. Maillard Editor-Jefe

Con la crisis económica han vuelto a utilizarse algunas palabras que hasta hace poco parecían olvidadas de todos, pasadas de moda y hasta, francamente, vulgares.

Tomemos por caso la palabra “industria”. Nos evoca olores, grasa, humos y ruido. No tiene nada que ver con el etéreo y esterilizado mundo del lujo.

En el mundo industrial, un objeto es el producto de una dura labor. Sale de una fábrica atiborrada de maquinaria manejada por operarios y controlada por técnicos e ingenieros. Casi podemos imaginarla naciendo de un magma de aceite, grasa y virutas de hierro.

En el mundo del lujo, estamos en el otro extremo de la galaxia. Allí los productos brotan como por arte de magia. Son de inmaculada concepción, por así decirlo. En el mundo del lujo no hay malos olores, ruidos molestos ni metales rudimentarios. Solo hay unas cuantas “manufacturas” ancestrales y silenciosas, por no llamarlas talleres pintorescos, en los que habitan unos pocos artesanos excepcionales.

Oh, ¡venga ya!

Excepción hecha de unos pocos maestros relojeros solitarios como Philippe Dufour o Kari Voutilainen que son, por así decirlo, hombres- fábrica, puesto que lo hacen todo ellos mismos, los relojes son ante todo un producto industrial en estos tiempos de lujo masivo. La gente hacía ver que no se daba cuenta de este hecho, pero la actual desaceleración económica lo ha vuelto a traer al primer plano.

Aquellas compañías que estén edificadas sobre una sólida base industrial son las que soportan y soportarán mejor los tiempos difíciles, mucho mejor que la mayoría de las otras. Como ejemplo, veamos al Grupo Swatch, con sus 162 fábricas en Suiza y 24000 empleados en su nómina mundial. Los grandes caballeros del lujo tienen la tendencia de mirárselos por encima del hombro, condescendientemente, como el señor feudal observa a sus siervos. Unos siervos que han prosperado, puede ser, pero que a sus ojos no dejan de ser unos pobres paletos.

Cultura industrial Charlie Chaplin - Tiempos Modernos

En mar agitado, se ha podido ver que el Grupo Swatch capea mejor el temporal. Nicolas G. Hayek no se anda con rodeos: “La fiebre del oro. Todos creyeron que podían hacerse ricos inmediatamente con los relojes. Compañías sin legitimidad ni experiencia entraron en el sector, poniendo el umbral de acceso a ras de suelo gracias a las empresas que fabricaban “río arriba”.

La situación actual se ha vuelto en contra de los finolis y a favor de los paletos. Es la vuelta al sentido común, una victoria de la incomprendida cultura de la industria relojera. Porque la industria relojera tiene una cultura, real y tangible, con sus usos y costumbres y su historia y su savoir-faire, su cultura popular transmitida por quienes manipulan el utillaje en las factorías. No hay nada virtual en ello sino sustancia concreta y material.

Es la venganza de la economía real sobre la economía especulativa, la financierización del planeta. Es la victoria del dinero en efectivo sobre los cálculos astronómicos de los matemáticos económicos al servicio de los fondos de inversión libre, las hipotecas basura y de los “expertos” tipo Madoff.

En el fondo, la cosa es bastante simple: Nicolas G. Hayek admite haber retirado cientos de miles de millones en efectivo del UBS y otros grandes bancos suizos metidos hasta el cuello en escándalos financieros. ¿Y donde lo puso? En la Caja Postal y en el Banco Cantonal de Argovia. No es tan glamuroso como Wall Street, pero es muchísimo más seguro. Digamos que es menos “lujo” y más “industrial”.<