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Lakin anda suelto: Y el premio a la palabra más desafortunada es para...

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septiembre 2007


Lakin anda suelto

Por D. Malcolm Lakin

Lakin anda suelto: Y el premio a la palabra más desafortunada es para...

“Ha llegado la hora” dijo la morsa,“de que hablemos de muchas cosas: de barcos... lacres... y zapatos; de reyes... y repollos...”. ¿Cuantas veces habré echado mano de esta cita de Lewis Carroll? Pero ahora, me temo, la hora ha llegado finalmente. Empecé “Hablando libremente” en la primavera de 1.999. Pierre Maillard, mi muy paciente, comprensivo y confidente Editor en Jefe me sugirió que me hiciera cargo y, tras dos larguísimos segundos de profunda reflexión, le dije: sí. Sí, si tengo total libertad. Aceptó, pues, probablemente pensando que escribiría sobre cosas de valor; pero yo tenía otras ideas. Me imaginé que, para cuando los lectores llegaran a la última de las páginas de la revista, ya no estarían predispuestos a leer sobre los ultimísimos alardes técnicos ni tendrían ganas de reflexionar sobre especulaciones filosóficas acerca de la enésima crisis de la industria relojera. Al escribir informalmente mi “Hablando libremente” me gané a unos pocos fieles y, casi seguramente, me hizo perder a algunos otros que prefirieron cosas más y no apreciaron mi bizarro sentido del humor. Aún así, ha sido muy gratificante ser el autor de esta página, no solo por el placer de escribirla sino porque además me permitió conocer, y luego presentarles, a una serie de personajes sorprendentes, tales como mi viejo amigo y sexualmente obsesivo acupuntor U. Hueng Loe, o a Leroy Hornblower, nuestro fastuoso hombre de la Gran Manzana, que nos muestra más marfil que un piano Steinway cada vez que sonríe. Inexorablemente, al “Hablando libremente” le ha llegado la hora de la jubilación (“la palabra mas desafortunada del diccionario”, según Ernest Hemingway) y, siendo yo su escribano, significa que a mi también me jubilan, o como dijo una vez mi padre, me mandan a la remonta… pero ese es otro cuento. Tengo unos cuantos proyectos en mente, como gandulear al sol del sur de Francia, chapotear regularmente en el Mediterráneo o relajarme en la playa mientras me preocupo de todos ustedes que están ganándose la vida honradamente. Oh, sí: este “hijo de Buda” se ha hecho a la idea y sabe que si quiere hacer las cosas que ha estado prometiéndose que haría, debe disponer de su tiempo y, como ya saben, el tiempo es nuestro negocio. Espero poder ahorrar unos peniques aquí y allá porque mi pensión justo me llega para la comida de mi perro Toby y para la mutualidad médica. Gracias a Dios, estoy bien de salud excepción hecha de mi oído que falla un poco. El otro día estaba con dos amigos ya jubilados paseando junto al Lago y les comenté que era un buen día para navegar por la buena disposición de los vientos. Uno contestó: ”¡Qué va a ser viernes, es sábado!”. Inmediatamente replicó el otro: “¡Yo también estoy cansado, vamos a buscar unas cervezas!”. Exceptuando el oído, estoy estupendo. La semana pasada fui al doctor para un chequeo y se sorprendió al ver en qué buena forma me encontraba. Le dije que era porque jugaba mucho al golf. “Bueno”, dijo el doctor, “eso es un ejercicio buenísimo pero debe de haber una razón de más peso que el golf. La longevidad es frecuentemente hereditaria. Dígame: ¿a que edad murió su padre? ¿Quién ha dicho que mi padre haya muerto?, le repliqué. El médico quedó perplejo. “¿Me dice que su padre aún vive? ¿Qué edad tiene?” Le dije que tenía 99 años y que habíamos estado jugando al golf esa misma mañana, y que era eso, en mi modesta opinión, lo que lo mantenía con vida. “Esto es sorprendente e interesantísimo, pero usted no va a creerse que su propia longevidad y la de su padre se deban únicamente a la práctica del golf. ¿A que edad murió el padre de su padre?” preguntó el matasanos. ¿Quién le ha dicho que mi abuelo haya muerto?, le volví a replicar. “¿Qué? ¿Cómo?” balbuceó el doctor al borde del colapso. “Si su padre tiene 99 años, ¿cuántos tiene su abuelo?” Le dije que 120… “Ya, y supongo que fueron juntos a jugar al golf esta mañana, ¿no?” “No, hoy no pudo venir porque se casa esta tarde.” “¿Qué me dice? ¿Y para qué quiere casarse un hombre de 120 años?” “¿Y quien le ha dicho que quiera casarse?” Así que, para todos ustedes lectores fieles de ahí afuera, esto es un “au revoir” del “Hablando libremente…” y un “hello” a… shhhh… vamos a mantenerlo en secreto por ahora. Pero, ¡no se preocupen, los periodistas no nos morimos, solo caemos en una profunda des-impresión! Y ahora, pásenlo bien... ¡me traslado a un clima más benigno, por una temporada!

P.D. Mis agradecimientos a Bédat & Co. por permitirme usar esta fotografía.