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LAKIN ANDA SUELTO – Y EL GANADOR ES...SIN LÁGRIMAS

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enero 2015


Estoy seguro que usted ya conocía a los diecisiete ganadores de la 14ª edición del Grand Prix d’Horlogerie de Genève (GPHG) por la prensa y la televisión locales, por un comunicado de prensa por e-mail ’que anuncia con orgullo’ la victoria de una marca, o porque asistieron al evento en el Gran Teatro de Ginebra.

Con los años, el Gran Premio ha pasado de lo que parecía ser un poco parcial y subjetivo proceso de premiación únicamente realizado para relojes Suizos a lo que ahora es un procedimiento de votación ante notario con un modus operandi objetivo que ahora incluye a marcas de fuera de las fronteras del país.

Hasta ahora, todo bien.

Lo que no entiendo es el proceso de selección de los relojes. Si esto va a ser un evento de buena fe, un Gran Premio imparcial, ¿por qué es son las propias marcas las que deciden qué reloj se presenta y luego pagan por el privilegio? De acuerdo, la cantidad no es exorbitante, pero mediante el pago de quinientos francos suizos la marca de relojes compra su participación, no lo hace con la garantía de que van a recibir una de las codiciadas estatuillas, pero garantizan que tendrán una oportunidad y cuando menos ganarán una publicidad kilométrica en el proceso.

Sin duda, si estamos hablando de un juicio verdadero sobre el mejor reloj designado en una categoría, ¿no sería más apropiado que los miembros del jurado hicieran su personal selección entre la míriada de nuevos relojes que aparecieron durante el año dando incluso a la más pequeña de las marcas una oportunidad, y luego, con un sistema unificado de jurado, votar por el ganador de entre todos los que se proponen?

Otro elemento del evento que creo que molesta a más gente que a mí, es lo repetitivo y monótono de monólogos con que los representantes políticos invitados nos arengan año tras año.

A medida que pasan los minutos, las cabezas caen, los programas impresos de repente se convierten en objeto de atención, y la audiencia se remueve inquieta en sus asientos - excepto los que tienen la mala suerte de estar en la primera fila – y uno no puede evitar preguntarse si estamos escuchando la proclamación del Antonio de Shakespeare, «Yo vengo para enterrar al César, no para alabarlo».

Nosotros hablamos inevitablemente de la importancia de la Industria relojera Suiza y su valor económico para la nación, su importancia para las bajas cifras de la tasa de desempleo, el número de visitantes que vienen a Suiza debido a su reputación relojera. En lugar de un refrito de lo obvio, nos dan un ligero discurso que es corto, dulce, pulido y tiene al menos una apariencia de espontaneidad.

LAKIN ANDA SUELTO – Y EL GANADOR ES...SIN LÁGRIMAS

El quién es quién de la industria relojera, los minoristas, los VIP’s e invitados y algunos parásitos que asisten a la libre distribución de champán después de las presentaciones, todo cortesía pero de mala gana aplauden estos discursos manidos por alivio que no por aprobación. No hay necesidad de predicar a los conversos.

Este año el Gran Premio se comparó con la Noche de los Oscar de Hollywood. Los Oscar llegaron antes existiendo desde 1929, un asunto relativamente tranquilo comparado a la fiesta de la carne llena de estrellas que es hoy en día, pero es por eso que se puede hacer la comparación. Lo que obtenemos con los Oscar son alrededor de tres horas de entretenimiento a partir de uno o dos maestros de ceremonias del show business que no sólo animan magníficamente el proceso con humor y, posiblemente, una canción o un baile, sino también consiguiendo la participación del público con buen humor bromeando sobre los compañeros asistentes. Es también un asunto emocional con un montón de lágrimas que muchos de los ganadores derraman dando las gracias a su madre, a su padre, al tío Tom y al ingeniero de iluminación y sí, todavía aman a sus cónyuges – es decir, hasta el divorcio.

Pero, y es importante, si los ganadores muestran la menor inclinación a invadir su designado intervalo de tiempo de sesenta segundos, de repente explosiones de música suenan a través de los altavoces y sus gracias tartamudas mueren en la cacofonía, y con desánimo, penosamente se arrastran fuera del escenario estrechando su muy cacareado Oscar. Se llama al avance rápido.

Así, que a los organizadores del GPHG, por lo que les puedan servir, aquí están mis sugerencias: un tiempo marco muy ajustado para cualquier persona que dé un discurso que no sea uno de los ganadores de los premios posibles, y uno mucho más corto para los discursos de aceptación de los ganadores que, para ser justos, no suelen ser demasiado largos; una más animada presentación, divertida y espontánea por los maestros de ceremonia con una pizca de participación de la audiencia; tan buenos como ellos puedan ser, menos de las supuestamente animadas proyecciones que presentan las distintas categorías; y finalmente, ¡una selección más significativa de los relojes! A las pruebas me remito.

Ni que decir tiene que los Oscar me traen a la mente una historia real contada por Sydney Pollack (que pueden comprobar si no me creen) cuando Akira Kurosawa, John Huston y Billy Wilder presentaron el Oscar a la mejor película en 1985. Kurosawa era casi ciego, Huston estaba usando un máquina de oxígeno antes de salir al escenario, porque padecía un enfisema, sólo Wilder parecía encajado y saludable.

Los nominados fueron presentados y el sobre cerrado se le pasó a Huston quien no hizo ningún esfuerzo para abrirlo y se lo pasó a Kurosawa, quien por cualquier razón no podía abrirlo y así Billy Wilder se lo arrebató, lo abrió y anunció que Out of África era la ganadora. Sydney Pollack, quien dirigió la película, llegó al escenario, hizo su discurso y luego cuando salio tras el telón con los demás escuchó a Billy Wilder murmullar, «No tenían ningún problema en bombardear Pearl Harbour, pero no pueden rasgar un jodido sobre». Bueno, no tiene por que reírse.

Fuente: Europa Star Magazine Diciembre - Enero del 2015