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Lakin anda suelto: La Rubia, el GPS y el Tourbillon

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abril 2009


Lakin anda suelto

Por D. Malcolm Lakin

Si hay una cosa que me gusta especialmente de los fines de semana son los gruesos periódicos dominicales. Da igual que esté en Ginebra, en Menton o en ese remoto peñasco rocoso del Canal de la Mancha llamado cariñosamente Guernsey: siempre compro el Sunday Times y otro periódico local para ver si salgo en las necrológicas y verificar si me ha tocado la primitiva – aunque supongo que si no salgo en los obituarios ya es suficiente lotería, ¿no?

No hace mucho, en el Sunday Times, escondido tras una página que contenía un artículo con el enigmático título “¿Una juerga de hombres con señoritas en paños menores puede considerarse reunión de trabajo?”, aparecía este otro que decía: “Los relojes láser se mantienen puntuales durante cien mil millones de años.”

Parece ser que unos científicos norteamericanos han desarrollado un reloj óptico cuya precisión es de un segundo de desviación cada 170.000 millones de años. Sin querer parecer pedante, díganme cómo puede alguien presumir de esa exactitud sin tan siquiera haberlo comprobado durante uno o dos millones de años como mínimo. ¿Y que hay de la fiabilidad mecánica de ese reloj durante los próximos 170.000 años? Cuando se inventó el reloj atómico en 1955 se le adjudicó una precisión de un segundo en 300 años, período mucho más razonable (y controlable). Pero, no me dirán que en 170.000 años al relojito de marras no le pasará nada, ¿no se le acabará la pilita? ¿No se fosilizará? Vale, de acuerdo, ya les oigo. Probablemente no lleve pilas y sea resistente a los elementos. ¿Y qué? El razonamiento se aguanta, ¿no? Y para demostrarles mi voluntad de evolucionar con los tiempos, así, en lenguaje inteligible, es más o menos como funciona el invento: se dispara un rayo láser contra un átomo que, al ser impactado, vibra a una frecuencia alta y constante y el tiempo se calcula sobre esta vibración. Cuán a menudo hay que disparar el láser es todo un misterio, por no mencionar que hay que ser un Guillermo Tell superdotado para hacer diana en un átomo invisible y que, además, vibra. Sea como fuere, parece que una de las cosas más sobresalientes que derivan del reloj óptico es la mejora del funcionamiento de los sistemas GPS que sirven de guía a aviones, barcos y vehículos terrestres y que también te indican como volver a casa desde tu bar favorito. Lo que sucederá es que los GPS recibirán señales de microondas por satélite y al calcular el tiempo empleado en ir y volver nos indicarán nuestra posición con una precisión de entre uno y diez metros.

Lakin anda suelto: La Rubia, el GPS y el Tourbillon

Personalmente, si estuviera en mi coche intimando con una rubia, la última cosa que querría es tener un láser calentándome la azotea, dado que lo más probable es que ya estuviera próximo al punto de ebullición. Por otro lado, la ventaja sería que la tecnología GPS mejorada permitiría desarrollar coches autopilotados, liberando el uso de las manos para… ¿no se si me entienden? Habría que teclear un poco en el GPS para salir disparado a la discoteca, tomar unas copas y tomar luego el camino a un lugar romántico sentadito en el asiento posterior en compañía de la rubia para, finalmente, volver a casa sin haber infringido ninguna ley excepto, quizá, la de los votos matrimoniales.

Como contrapartida, quizá su parienta disponga de su propio GPS con el que tenerle localizado y que quizá le informe de la clase de lencería que lleva la rubia y, ¿porqué no?, indicarle donde y cuando puede dirigir las malditas microondas, con resultados seguramente dolorosos.

Cambiemos de registro. Intentaré levantarles la moral para contrarrestar el malestar económico. Recientemente envié un formulario a las Editions Atlas de Suiza, aviniéndome a adquirir un reloj de bolsillo Loire de cuerda por la ridícula cantidad de 6 Euros. Lo recibí a la semana y, ¡oh sorpresa!, funcionaba. Y no acaban aquí las buenas noticias, ya que si acepto el siguiente reloj de su colección Heritage - el Esprit du Temps, que es nada más y nada menos que un tourbillon, al exorbitante precio de 11,40 Euros – entonces no tengo que pagar nada por el Loire.

Estoy ansioso por recibir ya el tourbillon – aunque quizá deba esperar 200.000 años a que esté en mi buzón – que no lleva ningún captador de microondas. Puede que me desintegre a causa de la radioactividad de las agujas luminosas o que me convierta en un esqueleto andante a causa de los ácidos corrosivos, pero al menos seré el orgulloso propietario de un tourbillon por menos de los que cuesta un menú del día en el restaurante de la esquina. Mis más sinceras disculpas, Abraham-Louis, ¡pero no debiste haber inventado una cosa cuya viabilidad pudiera demostrarse factible en menos de un millón de años!