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alimos de Bagdad y cruzamos el desierto, dejando atrás las palmeras de Babilonia y el gran depósito de chatarra de camino a Samawa. En estas carreteras anormalmente rectas nos encontramos con cientos de camionetas abandonadas.
Cruzamos el puesto de control de Nassiriya, sus soldados casi catatónicos por el calor, los rostros cubiertos del sol y las armas al hombro. Delante de nosotros se encontraba el puente sobre el Éufrates. A la derecha estaba Ur, el lugar de nacimiento de la escritura, la tumba del profeta y el imponente zigurat recortado contra el sol poniente.
Nos dirigimos al sur.
Y ahora dejamos la cinta asfáltica que se extiende entre Bagdad y Bassora. A izquierda y derecha se encuentran las marismas de Mesopotamia, ahora prácticamente intransitables tras meses de sequía. Pero imaginemos que podemos subir a uno de los barquitos de madera y adentrarnos en las marismas (¿quizás el agua volverá en invierno?). Es como viajar a un mundo fuera del tiempo, un escape de la dura y violenta realidad en la que se ha convertido Irak durante los últimos cuarenta años. Hombres y mujeres viven en casas con arcos hechos de juncos, en pequeñas islas o junto a antiguas carreteras frecuentadas sólo por búfalos de agua. A veces, a bordo de este pequeño barco de madera, se pierde la noción del tiempo y del lugar. ¿Dónde estamos? ¿Qué siglo es este? ¿Nos encontraremos con Gilgamesh en la orilla? Ésta es la Mesopotamia de los sueños, de las leyendas, de los antiguos exploradores y de las acuarelas baratas que puedes conseguir en Bagdad. Una tierra de dos ríos, una tierra de abundancia, un oasis literal en el desierto.
Aquí la vida se vive a la velocidad del agua. Todo el recorrido es por agua, más lento o más rápido dependiendo de la profundidad de las marismas. Cuando todo va bien, cuando hay agua, los barquitos surcan la superficie liberando columnas de agua. Cuando los pantanos están secos, como ahora, los barqueros luchan y los barcos raspan el fondo. Algunas aldeas son inaccesibles.
En las islas, o en las carreteras en desuso, el ritmo de vida lo dictan los animales y el sol. Los días de verano parecen extenderse eternamente bajo los arcos de caña, con sus cojines carmesí, su té hirviendo y sus moscas.
La vida también avanza al ritmo de la religión, con sus oraciones y celebraciones diarias durante todo el año. El calendario lunar aporta su propia poesía: nunca se sabe realmente cuándo comenzará o terminará el Ramadán; hay que observar la luna. Ahora es Arba’een – “cuarenta” en árabe. Cuarenta días de luto siguen a la Ashura, cuando los chiítas conmemoran la muerte de la querida figura del Imam Hussein. Durante cuarenta días están prohibidas las prendas coloridas y la música (a excepción de la música religiosa). La cinta asfáltica que une Bassora, al borde de las marismas, con Bagdad, es negra con las siluetas de innumerables hombres y mujeres, veladas por el polvo del desierto. Decenas de miles de figuras, caminando, caminando… parece una hazaña imposible, físicamente imposible, caminar cientos de kilómetros bajo el sol abrasador. Y, sin embargo, al final aguardan las cúpulas doradas de Kerbala.
Durante cuarenta días, el sur de Irak se define por la peregrinación, la latmiya o la lamentación, por los hombres que se golpean el pecho para expresar su identificación con el sufrimiento del Imam Hussein, que murió en el año 680 d. C. «¿No estás llorando?» me pregunta un día mi amigo Mahmood, con los ojos llenos de lágrimas, 14 siglos después, como si no hubiera pasado el tiempo.
Y, sin embargo, al mismo tiempo, el tiempo parece pasar más rápido aquí que en otros lugares. Este lugar fuera del tiempo se ve afectado de manera más urgente y profunda por el cambio climático. Es como si Mesopotamia, la tierra de un pasado legendario, también nos permitiera vislumbrar el futuro. Y es una visión aterradora y apocalíptica del futuro del planeta, en un microcosmos. Temperaturas que superan los 50°C en verano, ríos y marismas secos, éxodo masivo de personas a las ciudades, ganado envenenado por agua salobre. “¿Cuándo volverá el agua?” preguntan los pescadores del Éufrates, con las manos extendidas hacia el cielo mientras recogen sus redes vacías. Inshallah, dicen. Si Dios quiere. Boukra inshallah, en árabe, significa “mañana, si Dios quiere”. Pero también significa nunca.
Emilienne Malfatto (n. 1989) es una autora, periodista y fotógrafa independiente Francesa. En 2021, su primera novela Que sur toi lamente le Tigre (Que el Tigris llore por ti) ganó el Prix Goncourt du Premier Roman. En 2022 ganó el Premio Albert-Londres por Les serpents viendront pour toi: une histoire Colombienne (Las serpientes vendrán por ti: una historia Colombiana.)