na sola letra que cambia el curso de la historia. No es la más común, pero sí la más radical: la letra «u». Forma un puente infranqueable entre lo real y lo imaginario. Utopía es una palabra compuesta por el griego ou (no) y topos (lugar). El «lugar que no es», es decir, la nada. Tomás Moro sabía que su isla de Utopía no existía. La ucronía (ou más chronos, tiempo) sigue el mismo principio. Es el «tiempo que no es», lo que nunca sucedió. Tomás Moro inventó la utopía en 1516. El filósofo francés Charles Renouvier inventó la ucronía tres siglos después.
Es un concepto atractivo. Un puro ejercicio de pensamiento. El filósofo aprecia su naturaleza eminentemente especulativa. El periodista se resiste a la ausencia de hechos, de fuentes, a la imposibilidad de analizar algo que nunca ocurrió. El historiador rechaza la noción de plano: parafraseando a Kellyanne Conway, no hay más hechos alternativos que una historia alternativa. La ucronía es, en el mejor de los casos, una fantasía novelística.
Aun así, hay mucho que decir a favor de la transdisciplinariedad. Cruzar ese puente entre lo real y lo imaginario puede crear un espacio nuevo para el pensamiento que arrojará luz sobre el presente. Albert Einstein, Gaston Bachelard y Étienne Klein han recurrido a la filosofía para explicar conceptos como el Tiempo y el Vacío que se escapan de la red de sus ecuaciones. Max Weber llegó a proponer que la única manera de comprender las causas de un acontecimiento pasado era imaginar lo que habría sucedido si esas causas nunca hubieran existido. El objetivo subyacente es claro: demostrar que lo que sucedió no era inevitable.
Lo que puede parecer inofensivo es, por el contrario, de la mayor radicalidad, porque pone en tela de juicio uno de los motores de la historia antigua: «tenía que suceder». Es lo que llamamos determinismo, que también es el fundamento de casi todas las religiones. Considerar lo que podría haber sido, imaginar ucronías, es por tanto un acto de resistencia, una reapropiación de la propia historia, la negación del «tenía que suceder». La ucronía puede no tener el rigor de la ciencia o las exigencias de la historia, pero no por ello es menos esencial para comprender el pasado y, por tanto, para construir el futuro. La ucronía es un ejercicio fértil que funde el azar y la necesidad, lo posible y lo imposible, y que, en última instancia, nos devuelve la libertad. La ucronía es una narración contrafactual, un pasado recompuesto que muestra nuestro presente a la luz de un no-presente a menudo inesperado pero siempre relevante. Libera al pasado del fatalismo teleológico: si nada estaba destinado a ser, entonces todo puede ser.