editoriales


Lakin anda suelto: Una caja no tan fuerte

English
noviembre 2008


Lakin anda suelto: Una caja no tan fuerte

Lakin anda suelto

Por D. Malcolm Lakin

Voy a serles franco, no estoy pasando un buen momento. Estos últimos tiempos en Menton no han sido excelentes. Se que cuesta hacerse cargo de los problemas que afectan a otras personas, y más cuando quien te los refiere tiene todo el Mediterráneo a sus pies y su mayor preocupación parece ser si va a venir o no el fontanero italiano. Puede que recuerden, o no, que en mi última epístola estaba ocupadísimo tomando el sol en mi terraza con un gintónic en la mano, matando las horas en tanto no aparecía Alberto, el fontanero. Bueno, para no preocuparles más, les diré que vino y vio, pero no venció ya que se marchó sin que su albañil consiguiera rellenar el hueco en la pared del baño. En vez de eso, consiguieron crear un nuevo agujero en el alicatado cuando reemplazaron el plato de la ducha... pero eso ya va a ser otro cuento. Mientras tanto, la vida proseguía en Menton. Que ironía, pues la villa estaba de luto por el fallecimiento de Séverin Wunderman. Se le esperaba a finales de año para los actos de colocación de la primera piedra del “Museo Jean Cocteau – Colección Séverin Wunderman”, a los que había hecho donación de su amplia colección de obras de Cocteau. El diario Nice Matin consagró dos páginas a la vida y obra de Séverin Wunderman, subrayando su gran implicación en obras de caridad y filantropía. El consistorio de Menton mantuvo un minuto de silencio en su memoria. Me gustaría pensar que los relojeros en general pausaron unos minutos, reconociendo su deuda con quien, unos años atrás, se las arregló para saber inventar el concepto (y la demanda) de los relojes “fashion”. La siguiente de las plagas que me azotaron fue la llegada anual de las medusas. Estos animalillos repulsivos, gelatinosos, pulsantes y descerebrados pueden dejar unas buenas ronchas de urticaria en la piel de uno si tiene la mala fortuna de contactar con una de ellas. Las medusas no están en la misma escala de Richter que el tsunami, pero si que provocan verdaderas oleadas de pánico cuando alguien las avista en una playa mediterránea. Hasta los franceses las encuentran repulsivas y prueba de ello es que no se las comen. De todos modos, el problema de las medusas no ha sido nada comparado con el robo de que fuimos objeto en nuestra casa. El cuatro de julio, en vez de ir a la playa o de celebrar la independencia americana, nos fuimos a un supermercado cercano para hacer la reposición periódica de mis existencias de vino y ginebra. En previsión de las complejas operaciones logísticas que implicaba el manejo de tan grandes cantidades de botellas, dejamos a Toby encargado de la vigilancia de la casa. Pero, aparentemente, sucumbió a la tentación de un bocado narcotizante y dejó que los cacos camparan a sus anchas durante nuestra ausencia. Lo único que se llevaron fueron dos cajas fuertes atornilladas al suelo y una maleta en la que transportaron su botín. El problema es que, dentro de esas supuestas cajas fuertes, había joyas, cantidades de dinero en diferentes divisas (libras, euros y francos suizos) y cinco relojes, de los cuales cuatro eran míos. Uno de ellos era el Breitling Crosswind Chronograph de acero con esfera azul que usaba frecuentemente. Otra víctima fue mi Ritmo Mundo cuadrado, de acero con esfera de fibra de carbono negra. También se llevaron mi cronógrafo Pilo de esfera negra, que era un regalo que me habían hecho. Y, finalmente, un reloj sin mucho valor excepto para mí, un irreemplazable Guess de esfera negra y correa de piel marrón, de estilo Panerai. Todos ellos me los birlaron, dejándonos con una sensación de vecío en el estómago. Entonces llegó la parte filosófica sobre el hecho de haber sido robados. “Que suerte que no llegaron ustedes a casa mientras ellos estaban aún ahí”, nos consolaron unos amigos. Otro dijo: “Es como si te hubieran violado”. De hecho, tenían razón, aunque al no haber sido nunca violado, me falta un punto de referencia. Lo que más rabia me da es que los cacos se estén mínimamente beneficiando con la venta de objetos irreemplazables de valor únicamente sentimental. La policía de Menton acudió prestamente y se mostró muy eficiente y simpática, a lo que contribuyó que uno de los inspectores fuera un aficionado a los relojes (ahora es el orgulloso propietario de un ejemplar de Europa Star). Pero es en momentos como este cuando te apetecería tener a mano el número de teléfono del Padrino o, mejor aún, el del Todopoderoso de allá en las alturas. El fontanero Alberto, que curiosamente había sido policía antes de dedicarse a hurgar en las tuberías, apareció por allí el día después del robo y prometió finalizar los trabajos del baño antes de que regresáramos a Menton. Intentó alegrarnos contándonos anécdotas de su época de esbirro, de coches patrulla persiguiendo sospechosos a toda velocidad con la sirena ululando. ¿Sirena? En su pueblo se contaba una anécdota de dos pescadores que salieron a la mar con su barquita, y uno de ellos pescó una sirena, mitad mujer de hermosa cabellera rubia, grandes y voluptuosos pechos y ojos del color de la esmeralda, y mitad pez, con su cola recubierta de escamas. Cuando la hubo sacado del agua, sosteniéndola en sus brazos, la contempló embelesado por un instante y la echó de nuevo al agua. Su compañero de pesca, sorprendido, preguntó: ¿Por qué...? ¿Por donde...?, respondió resignado el primero. Bueno, no se dejen tentar por los cantos de la sirena y, ¡sean felices!