editoriales


Lakin anda suelto: Tómese todo el tiempo que quiera

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octubre 2008


Lakin anda suelto

Por D. Malcolm Lakin

Habiéndome pasado tanto tiempo sumido en relojes para Europa Star, para que las personas interesadas en el tiempo puedan economizar su tiempo leyendo nuestros intemporales reportajes acerca de los más recientes avances en la lectura del tiempo, siento un ligero alivio comprobar que ahora que me he trasladado al sur, aquí el tiempo pierde algo de su trascendencia. Sorprendentemente, hay días en que levantarse y desayunar un café con leche y un croissant es el momento más glorioso del día. Debo admitir que, después de cuarenta-y-tantos años viviendo en Ginebra, soy un adicto al gusto suizo por la exactitud y la puntualidad.Y no les estoy hablando de los sistemas Omega o Longines de cronometraje de eventos atléticos, sino de la puntualidad de los ferrocarriles o, más importante, de las citas con los industriales de mantenimiento, como por ejemplo el fontanero.

Lakin anda suelto: Tómese todo el tiempo que quiera

En este rincón de Menton, con Italia a un paso, sucede que la mayor parte de los industriales son italianos y, por mucho que adore a los italianos, con su gesticulación ampulosa, su excelente pasta, sus incomparables helados y sus espléndidos vinos, he de reconocer que, en su ADN, se olvidaron de codificarles la puntualidad. Les pondré un ejemplo. Decidimos reemplazar el lavamanos simbólico del aseo de cortesía por uno de dimensiones más humanas que permitiera lavarse las manos sin tener que necesariamente mojarse los calcetines. Así que, hace cuatro meses, saltamos a Italia y le encargamos a nuestro fontanero italiano una suntuosa pileta roja y negra y su correspondiente tapa de inodoro a juego. Tras multitud de llamadas inquiriendo sobre su paradero, se nos hizo saber que la habían pedido a Alemania, pero que el proveedor se estaba “columpiando”, o lo que sea que hagan los alemanes cuando no sirven los pedidos. Cancelamos el pedido y nos fuimos a Niza donde tienen un autoservicio de bricolaje, tan grande que tienen hasta un área de picnic y cierran muy tarde para que tengas tiempo de encontrar la salida. En un par de horitas habíamos escogido una nueva pileta completa con todos sus accesorios y los trajimos de vuelta a casa. Acto seguido llamamos a Alberto, que así se llama nuestro fontanero italiano, y le preguntamos cuándo podría venir a instalárnoslo, dado que el bricolaje no es lo mío, no señor. Este Alberto es un tío cachondo y ya sabemos que a la fecha que fija para venir hay que añadirle diez o quince días hasta que hace acto de presencia. Y, además, cuando se digna a venir, ya sabemos que no se va a poner a trabajar inmediatamente, porque ha venido sin herramientas, solo para echar un vistazo a lo que hay que hacer. Entonces vuelve a su taller, un trayecto que en el peor de los casos no debería tomarle más de media hora entre ir y volver, pero siempre ocurre que debe atender alguna urgencia inaplazable de un cliente con conexiones mafiosas que amenaza con despojarle de sus atributos viriles. Cuando regresa, tres días después, su primera estimación de media jornada de trabajo se ve inevitablemente extendida en otra media ya que siempre aparece algo inesperado en cuanto se pone manos a la obra. Como el trabajillo implica desmontar la pileta existente para reemplazarla por otra de tamaño ligeramente mayor, Alberto viene acompañado de su aprendiz Giovanni, a quien encarga de ir desembalando lo que habíamos traído y de descifrar las instrucciones de montaje, mientras él, Alberto, empieza a abrir un boquete en la pared para poder sacar la pileta vieja y empalmar el desagüe. Curiosamente se les olvida, a los dos, cerrar la llave general del agua por lo que nos propinamos un remojón y tenemos que sacar la fregona y el cubo y, oh maravilla, ya era hora de comer. El pica-pica ligero a base de embutidos, cebolletas, pan y vino es culminado, como no, con una siestecita a la sombra. Al final del día, la pileta ya está en su sitio, pero no el espejo y la iluminación, que siguen en sus cajas. Desde ese preciso instante, Alberto y Giovanni se han esfumado de la faz de la tierra. Quizás estén en un hospital, donde les reimplantan las turmas tras un encuentro con los mafiosos descontentos. Lo que sí que nos ha quedado es un horrendo butrón a la espera de que aparezca un albañil que, nos ha sido anunciado, aparecerá un día u otro para rellenarlo. Entretanto, vamos poco a poco haciéndonos a la idea de que el tiempo es verdaderamente inconsecuente por estas latitudes y lo admitimos reposando resignadamente en nuestra terracita, con un mohín de optimismo y una pizca de tónica en el gintónic, oteando el horizonte a la espera de que, algún día, aparezca nuestro fontanero.

Source: Europa Star June-July 2008 Magazine Issue