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Lakin anda suelto: Duelo en el Atlántico y otros incidentes

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marzo 2008


Lakin anda suelto

Por D. Malcolm Lakin

Lakin anda suelto: Duelo en el Atlántico y otros incidentes

Tan lejos como alcanza la vista hay un monótono paisaje integral de un brillante color azul plateado. Hace ya días que avistamos tierra por última vez cuando, sorprendentemente, un majestuoso y solitario albatros de enorme envergadura planea inmóvil sobre nuestra vertical, tomando nota de cómo está el panorama en el puente, trece cubiertas sobre el nivel del mar y comprobando si se sirve pescado a bordo. Cuando ha decidido que el capitán parece competente, se esfuma tan rápidamente como había aparecido. Estábamos, milla más, milla menos, en mitad del Atlántico y la mastodóntica mole del Queen Mary 2 lo surcaba lenta e inoxorablemente de este a oeste en su ruta hacia Nueva York. El clima era suave y la temperatura agradable para ser primeros de Octubre. Ráfagas intermitentes de fuerte brisa barrían los puentes superiores, despeinando a los que aún se peinan y enrojeciéndoles la calva a los que ya no se peinan tanto. No soplaba tanto la brisa en el tercer puente, pero si mirabas por los ventanales panorámicos de la biblioteca, en la zona de proa, el Atlántico parecía mucho más agitado que observándolo desde los puentes más elevados. El Queen Mary 2 de Cunard es un magnífico, ultrasofisticado y exclusivo transatlántico de 345 metros de eslora (compárese con los 443 metros del Empire State o con los 300 metros de la Torre Eiffel), 72 metros de altura y un peso desplazado de 151,400 toneladas. Se construyó en cuatro años con un coste estimado de 550 millones de euros que, para que se hagan una idea, vienen a ser un millón seiscientas mil veces lo que cobraré por este artículo. Kate y yo viajábamos a Nueva York con Paul y Jane, dos buenos amigos, y estábamos gozando de seis días de lujo puro y duro.Abundaba la comida y la bebida y las jornadas se llenaban con idas y venidas a las conferencias sobre escritura y edición literaria a cargo de Alison Baverstock, escritora y antigua editora, visitas al cine, al teatro, a la biblioteca, a la piscina y al gimnasio (de visita obligada después de las excelentes comidas y cenas servidas en el Princess Grill). A bordo del buque había varias tiendas y, entre ellas, una encantadora miniboutique Chopard. Estaba curioseando en ella y vi que tenían expuesto el reloj Queen Mary 2, así que le pregunté al dependiente si sería posible hablar con la responsable porque estaba pensando escribir algo acerca de la boutique. Intentó en vano localizarla por teléfono y me sugirió que volviera por la tarde. No llegué a conocer a la responsable porque, esa misma tarde, fue el dependiente quien me comunicó que no podían hablar con la prensa sin autorización previa, al tratarse, no de una tienda Chopard, sino de un franquiciado, como todas las otras tiendas del barco. Sin amilanarme, a mi regreso a Ginebra contacté con Pamela Jonker de Chopard y, en un par de horas ya tenía una foto del Happy Sport Queen Mary 2, un reloj que se vende única y exclusivamente a bordo de la nave. Naturalmente, el transatlántico disponía de unos excelentes servicios termales y me regalé con unos masajes de pies, cuello y espalda y con un par de sesiones con un simpático acupuntor que me alivió un poco el dolor que me generaba mi lesión en el tendón de Aquiles, aunque esa es otra historia de la cual quizá les contaré algo una de esas frías tardes de invierno, al calor del hogar mientras saboreo un buen coñac. Mientras me arreglaba al salir de una de mis sesiones en el centro termal, un tal Al, que tenía el camarote junto al nuestro, me propuso que nos reuniéramos con el y con su mujer más tarde para tomar una copa en uno de los salones. Le pregunté si era en el mismo salón donde el día anterior había habido un concierto a cargo de un pianista. Él respondió afirmativamente, lo que provocó que un señor que se estaba cambiando detrás de mi me preguntara si me había gustado el concierto. Agachado como estaba para atarme los cordones de los zapatos, le respondí que me había ido a los cinco minutos, porque, aunque el pianista tenía buenas manos, tocaba sin sentimiento y además no me había gustado su actitud caprichosa ni sus aires de superioridad cuando rechazaba las peticiones que él mismo había solicitado. “Pues el pianista era yo,” me respondió. Cuando me giré, reconocí al pianista regordete y quise suponer que el rubor extremo de su cara se debía al hecho de haber recién emergido de la sauna. No tuve otro remedio que presentar mis excusas y tratar de salvar la situación, rematándolo con un “Usted me lo preguntó.” Me retó a un duelo al alba en el puente más alto de la nave y yo le dije que la idea era tentadora pero que no soportaba el frío y que si no le importaría que fuera mi abuela en mi lugar. Al final conseguí que sonriera. Me vino a la cabeza que en un barco no se puede decir “tierra: trágame” cuando has metido la pata, así que opté por intentar comerme mi propio puño, por bocazas. El día antes de llegar a Nueva York, una señora de edad avanzada estaba frente al pasamanos de la barandilla del puente superior, sujetándose el sombrero para que no se lo arrebatara el viento.Yo, que pasaba por ahí, oí a un caballero que le decía:“Disculpe, pero el viento le está levantando la falda.” “Ya lo se, gracias,” le contestó ella impasible, “pero necesito las dos manos para sujetarme el sombrero.” "Si, ya, pero es que no lleva usted ropa interior, señora.” le dijo el hombre un poco confundido. La mujer se miró y luego se volvió hacia el caballero para decirle: “Lo que usted puede ver ahí abajo hace 78 años que lo tengo, pero el sombrero es nuevo de esta semana.” Que tengan ustedes un buen día y que pasen felizmente el solsticio de invierno.